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El dicho de que “un gato conduce a otro gato”,
podría aplicarse para explicar por qué la mayoría
de propietarios de una mascota acaban teniendo… ¡unas cuántas más! Y así, sin proponérselo, uno acaba emulando a Noé, con su arca y su “colección” de bichos. Pero, antes de sucumbir a la tentación, conviene asegurarse de que nuestra mascota tolere y acepte bien la compañía, ¿o más bien, la competencia?, de otros animalitos. Parece un hecho irrefutable, de tanto oírlo, que un perro y un gato son enemigos potenciales y para siempre jamás y, sin embargo, esto no necesariamente es así y la vida está plagada de ejemplos de todo lo contrario. El caso es que aún a pesar de lo que tradicionalmente se acepta como un hecho cierto, el de la enemistad manifiesta, los perros son susceptibles de convivir sin demasiados problemas con otros animales, como es el caso de los gatos, con los que en estado salvaje se relacionarían exclusivamente como cazador y presa. Ello suele ser posible gracias a una adecuada y temprana socialización que permite que el animal se acostumbre desde pequeño a ver en el otro no a una fuente de alimento sino a un compañero de juegos. La mayor dificultad para que esto sea posible reside en el hecho de que perros y gatos utilizan su lenguaje propio (basado en la mímica corporal y facial, en los sonidos que emiten y en los mensajes olfativos que envían a los demás animales) de manera que resulta perfectamente comprensible para los congéneres pero no tanto para los individuos de otras especies que, si bien tienen un lenguaje propio e igualmente asequible a sus congéneres, tampoco resulta comprensible para los primeros. Más aún, ocurre que las señales emitidas por unos y por otros tienen distintos significados no sólo para el que las emite, sino para el que las recibe, si no se trata de un individuo de su misma especie. Esto explica que perros que no han convivido desde edad temprana con vean en éstos una presa y no un colega. Y es que cuando un perro se acerca a un gato, el segundo mira al primero fijamente y el primero interpreta eso como un desafío a su autoridad. Curiosamente el gato, mirándole fijamente sólo está intentando conocer las intenciones del otro y la forma que tiene de demostrarle amenaza no proviene de la intensidad y dirección de su mirada, sino del hecho de que erice el pelo, eleve la cola lo más que pueda y arquee el lomo. La situación quedará en tablas, si ambos se mantienen quietos, pero si el gato echa a correr, entonces al perro se le desata su más primitivo y atávico instinto de cazador y corre tras él con auténtico frenesí, intentando por todos los medios darle presa. Los perros que por su carácter afable, tolerante y tranquilo, mejor toleran la compañía de gatos, son los de las razas: Bulldog francés Los gatos que -por su carácter afable, amistoso y juguetón-, mejor toleran la compañía de perros son los de las razas: “Birmano” Sin embargo, cuando perro y gato conviven desde jovencitos aprenden a conocerse y a interpretar cada uno las formas de expresión del otro y esto permite incluso que a posteriori cada cual acepte ya sin problemas a otros gatos y a otros perros, dado que de alguna manera es como si unos y otros ya hablaran su mismo idioma. Si decides tener un perro y un gato, lo ideal es que ambos sean cachorros cuando empiecen su convivencia; así se aceptarán sin problemas y compartirán el espacio común con agrado. Pero ten en cuenta que si el primero es de una raza grande o gigante, con sus movimientos destartalados y brutales una manifestación de cariño o de incitación al juego demasiado excesiva, podría hacerle mucho daño sin querer. Más complicado resulta que la adaptación se produzca si alguno de los dos, perro o gato, es ya un animal adulto que nunca antes ha tenido oportunidad de relacionarse con la otra especie. Aún así, con paciencia y buen criterio la posibilidad de que esa convivencia acabe siendo posible y perros y gatos compartan el mismo techo a medio plazo no es del todo imposible; quizás no lleguen a ser compañeros inseparables, pero por lo menos tolerarán la presencia del otro. Si tienes un gato adulto y el que llega de nuevas es un cachorrito de perro, ¡cuidado!, el recién llegado será muy juguetón y curioso y no entenderá las evasivas del primero, insistiendo una y otra vez en propiciar un acercamiento y lo más probable es que acabe recibiendo unos cuántos arañazos en la cara y no precisamente como afable bienvenida. Es pues esencial que en los primeros días los encuentros entre ambos se produzcan en presencia del propietario y de forma muy gradual, estando éste muy atento a las reacciones de uno y otro para evitar problemas.
(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito) |