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Esta frase debería estar grabada con letras de fuego en la mente de todo propietario responsable de una mascota canina, independientemente su raza, talla, peso y sexo. Hace unas semanas asistí, en Madrid, a la presentación del prototipo un artilugio que sus inventores anuncian como revolucionario para acabar con el eterno problema de las caquitas en las aceras; el método es simple y muy eficaz, sin duda, y para muchos podría ser una solución estupenda y de uso fácil que acabe de una vez por todas con la carrera de saltos de obstáculos en que se convierte, ¡tantas veces!, un paseo por las calles de cualquier ciudad o pueblo español, tratando de sortear los montones de ejem-ejem que abundan por todas partes. En la reunión estábamos un grupo de expertos a los que se nos pedían sugerencias y propuestas para mejorar el invento antes de lanzarlo al mercado. Después de la presentación del dicho prototipo yo no pude por menos que comentar que sus inventores debían lanzarlo en cualquier país del Norte de Europa dónde el alto grado de concienciación sobre cómo adecuar la convivencia de las mascotas con la ser humano y conseguir la perfecta armonización, haría que se lo quitaran de las manos y que vendieran todas las unidades disponibles y más en poco tiempo, sin tener que hacer demasiada publicidad. Y ello porque existe una predisposición inicial de los propietarios de perros a evitar, de todas las maneras posibles, que estos produzcan la más mínima molestia a sus vecinos y al entorno. Otra de las presentes, con muy buen criterio, comentó que mucho habíamos avanzado en los últimos años, especialmente en la última década, en algunas grandes capitales españolas, Madrid incluida, en cuanto a concienciación se refiere sobre la tenencia responsable de perros en ciudad, pero que eso no ocurría por igual en toda España y ella, que viajaba con frecuencia a otras zonas del país, volvía siempre escandalizada por la falta de cuidado y de respeto hacia los demás que constataba por parte de los dueños que raramente se molestaban, por ejemplo, en recoger las deposiciones de sus perros cuando las hacían por las calles. Y es una cuestión de narices, porque indudablemente, ver una calle sembrada de cacas de todo tipo y condición habla muy poco favorablemente de esos propietarios, ¡huele francamente mal!, y pone de manifiesto la falta de respeto de los dueños hacia los demás. Al final, como casi siempre ocurre, los perros parecen los únicos culpables de una situación límite producida no por ellos, ajenos a la antipatía que generan en tantas personas, sino por dueños irresponsables y maleducados que no tienen la más mínima consideración por lo demás. Esto ha dado como resultado el rechazo mayoritario de la sociedad y una antipatía feroz y visceral hacia todos los perros y todos sus dueños, olvidando que no necesariamente todos se comportan igual y que es una minoría la que causa los trastornos y perjudica la imagen de todos los demás.
La cuestión es que en los últimos años como consecuencia de todo ello, cada vez son más las limitaciones impuestas desde Ayuntamientos e incluso desde Comunidades de Propietarios hacia los perros y sus dueños. Y no resulta nada fácil disfrutar de la compañía de una mascota canina hoy en día, especialmente en zonas de alta densidad demográfica. Prohibiciones de todo tipo dan al traste con la imagen idílica del disfrute de la compañía de un perro en un jardín, en un parque e incluso dentro de casa. Yo me pregunto sin no sería más fácil educar, concienciar e informar a los dueños, antes que limitar y prohibir. Y lanzo desde aquí una serie de ideas que podrían servir para suavizar las formas y conseguir el consenso. De una parte, sugiero que las autoridades administrativas locales, regionales y de las Comunidades Autónomas propicien los medios para justamente educar, concienciar e informar adecuadamente a los propietarios sobre lo que deben y no deben hacer y, más aún, propicien los medios para que todo eso que se debe hacer, se PUEDA hacer. Porque, claro, está muy bien gastarse muchos miles de euros en folletos de colorines, dípticos, trípticos y hasta libritos muy lindos y muy bien ilustrados que no llegan ninguna parte y acaban amontonados en las estanterías de Clínicas Veterinarias, tiendas o sitios de paso y que nadie lee. Pero estaría mucho mejor lanzar campañas publicitarias y de información asesoradas por verdaderos expertos que llegaran de verdad a su destino: la conciencia del dueño. Es esta una labor ardua, lenta, de duración ilimitada y efecto prolongado, a largo plazo, que se sabe cuando y cómo debe empezar pero que no tiene fecha de caducidad. Porque las malas costumbres, por arraigadas, tardan en modificarse, pero pueden ser modificadas a base de paciencia y más aún a base de mensajes claros y concisos, que produzcan verdaderos aldabonazos en las conciencias de los dueños, de su entorno más directo y también de ese otro entorno que no lo es tanto. Y va siendo hora de que nosotros que queremos ser tan europeos como nuestros vecinos británicos, alemanes, franceses, noruegos, suecos o finlandeses, nos equiparemos a ellos en esto también, porque si somos capaces de hacerlo, podremos llevar la cabeza bien alta y, como ellos, entrar a un restaurante, a un tren, al metro, a un autobús, a un parque o a un centro comercial o de ocio e incluso a un cine con nuestras mascotas, como hacen ellos, sin que nadie se inmute, se moleste, ni se lleve las manos a la cabeza. Debería de bastar con un poco se sentido común y un mucho de vergüenza ajena, pero si esto no es suficiente –y parece que no lo es— entonces, es hora de que se pongan los medios para enseñar y educar a los dueños a que enseñen y eduquen a sus perros. ¿SABÍAS QUE…? En muchos países de nuestro entorno más directo, los Ayuntamientos obligan a los propietarios de perro a ir a la escuela con ellos para aprender, juntos, comportamiento cívico. Ahí se aprende no sólo a controlar al animal adecuadamente sino a conocer mejor su idiosincrasia y de esa manera la convivencia entre dueños y animales y entre unos y otros y sus vecinos es mucho más armoniosa y factible. UN DATO CURIOSO En los Estados Unidos los perros reciben el título de Canine Good Citizen® CGC, siempre que sean capaces de pasar un sencillo test en el que demuestren sus capacidades para la óptima convivencia e interacción en la Sociedad. Esta práctica se comenzó a desarrollar por parte del American Kennel Club en el año 1989; a partir de 1999 los perros que pasen este examen entran a hacer parte de una base de datos específica y cuentan con el correspondiente diploma que les acredita como ciudadanos caninos de primera, que los propietarios exhiben orgullosos allá dónde les es requerido dado que les habilita, por ejemplo, para entrar en locales u transportes públicos, incluidos hospitales y centros médicos, acceder a Comunidades de Vecinos con normas restrictivas sobre la tenencia de animales domésticos, etc., etc. Hoy en día muchos otros países de nuestro entorno están poniendo en marcha programas similares con enorme éxito. Cuando aquí en España se promulgue algo similar, estaremos en verdad equiparados a nuestros vecinos y no habrá excusa para que nadie rechace a nuestros perros ni nosotros ni ellos seamos considerados como enemigos públicos. DECÁLOGO DEL CIUDADANO CANINO DE PRIMERA
Cualquier animal que se comporte como se describe arriba, pasará un test que le cualificará como tal Ciudadano Canino de Primera (Canine Good Citizen®) y hará de él un ejemplo a seguir por otros. Durante el test, el propietario puede animar a su perro con la voz y el gesto a hacer aquello que se le pide, pero en ningún caso utilizará medios coercitivos ni collares de castigo, electrónicos, etc. "Con suerte o con desgracia, con buena o mala reputación, con honra o con deshonra Un perro seguirá a tu lado para consolarte, guardarte y dar su vida por ti…" (Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito) |