Si bien con anterioridad ya hemos mencionado la conveniencia de añadir un chorrito de aceite de oliva a la dieta de nuestros amigos de cuatro
patas a diario, me parece
importante dedicar unas cuantas líneas a hablar de algo que, siendo como nos es tan próximo, tan propio de nuestra cultura mediterránea, es sin embargo lo que podríamos llamar ése “gran desconocido”: el olivo. Un árbol que está tan plenamente arraigado en nuestra Historia y en nuestro terruño y del que apenas sabemos que produce aceitunas y que de estas se extrae el
aceite que usamos para las ensaladas del verano y para cocinar multitud de
platos y poco más.
Y sin embargo el olivo, sus frutos y sus hojas, ha sido reconocido históricamente por las distintas Culturas antiguas desde los tiempos más remotos, hasta el punto de que la propia Biblia lo menciona específicamente ya en el Génesis, cuando nos cuenta cómo Noé “...esperó otros siete días y soltó otra vez la paloma fuera del Arca. Ella volvió a él por la tarde, trayendo en el pico una ramita verde de olivo. Conoció por esto Noé que las aguas habían menguad ya sobre la Tierra...”. De lo que hoy sabemos que son olivos y según se narra en el Libro Profético de Ezequiel (47:9 y ss.) así dijo el Señor Yahvé: “... en las riberas del río, a una y otra orilla crecerá toda clase de árboles frutales: su follaje no se marchitara y su fruto no se agotará. Cada mes traerán frutos primiciales, porque sus aguas salen del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de medicina...”. Y ya muy al final del Nuevo Testamento se habla nuevamente de un “árbol de la vida” cuyas hojas “están ahí para curar a las naciones”, que muy bien podría ser el olivo. El caso es que la Medicina moderna empieza a tomarse muy en
serio las propiedades curativas de las plantas, cuyo uso
—como luego veremos— se pierde en el origen de los Tiempos.
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PROPIEDADES CURATIVAS DE LA OLEUROPEINA
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Interfiere la producción de aminoácidos esenciales para los virus.
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Interrumpe la multiplicación y diseminación de los virus, conteniendo la infección vírica.
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Penetra en las células infectadas interrumpiendo la replicación vírica.
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Neutraliza las acciones enzimáticas de los retrovirus, previniendo la alteración del RNA de las células sanas.
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Estimula la fagocitosis, que es la respuesta inmune del organismo mediante la
cual los gl
óbulos blancos “engullen” los microorganismos dañino
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Hay evidencias más que probadas de la importancia que los Egipcios dieron a este árbol, de cuyas hojas extrajeron un aceite esencial utilizado en la ceremonia de
momificación de sus faraones y que más tarde emplearon también para curar a los vivos. Pallas Athenea (que los romanos llamaron Minerva), una
de las más importantes divinidades griegas, que formó con su padre Zeus y su hermano Apolo la Tríada Suprema, fue la creadora del árbol del olivo según la mitología griega, y plantó el primero entre los terrenos rocosos de la Acrópolis, confiriendole el poder de iluminar la oscuridad, aliviar las heridas y
proveer alimento.
Y el propio Hipócrates —siempre él— recetaba el aceite de oliva para tratar úlceras, problemas musculares e incluso el cólera y la malaria.
Pero el tiempo pasó y como ocurrió con tantos otros “tesoros” que la Naturaleza pone a nuestra disposición, la propiedades curativas de este árbol parecieron caer en el olvido; se continuaron comiendo sus frutos y se siguió extrayendo su aceite para propósitos culinarios y también para otros bien distintos (iluminación, lubricación, etc. — tal y como habíamos aprendido de los Romanos) pero poco más.
Hubieron de pasar muchos siglos hasta que a mediados del XIX un tal David
Hanbury escribi
ó un informe que fue publicado en el Pharmaceutical Journal británico, en el que se incluía una sencilla receta que servia para tratar a los colonos que regresaban
enfermos de allende los mares, convencido de que la tintura madre que se extraía con este procedimiento era una auténtica panacea para tratar las fiebres tropicales, añadiendo que el la había estando empleado con éxito durante más de quince años. Según él, era una sustancia amarga que se extraía de las hojas la que exhibía tales propiedades. Y según explicó entonces, bastaba con “hervir un puñado de hojas de olivo en un litro de agua, hasta reducir la cocción a la mitad de su volumen original y, una vez enfriada la pócima, administrar al paciente y por boca el líquido resultante a razón de un vasito de vino cada tres o cuatro horas hasta que la fiebre
desapareciera
”.
Esa sustancia amarga a la que Hanbury no supo dar nombre es la misma que cien años más tarde los científicos han denominado Oleuropeina, un compuesto presente en el árbol que le hace especialmente robusto y resistente a los insectos y las
bacterias. Poco después investigadores holandeses determinaron que el ingrediente activo de la
Oleuropeina es una sustancia que se ha llamado
ácido elenólico y ya hacia finales de los años sesenta, la empresa farmacéutica Upjohn demostró que este ácido presenta un importantisimo efecto inhibidor en el desarrollo de los virus y
no solo esto sino que además no tiene efectos secundarios ni produce toxicidad alguna en los sujetos
sometidos a tratamientos a altas dosis; más tarde se ha comprobado además que el elenolato cálcico tiene además sendas propiedades anti bacterianas y anti protozoarias, lo que explica que
antiguamente las hojas del olivo se emplearan para tratar fiebres, catarros e infestaciones por
endopar
ásitos. No iban pues muy desencaminados nuestros antepasados...
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El caso es que en los últimos años se ha comenzado a prestar una atención cada vez mayor a los llamados fitonutrientes (fito, del griego = planta) que
se encuentran en las ra
íces, los tallos, las ramas, las hojas, las semillas, etc. de los árboles y arbustos, los vegetales y los frutos y que han sido bautizados con
distintos nombres como carotenoides, flavonoides, flavonoles, lucosinolatos,
isoprenoides, picnogenoles, polifenoles, proantocianidinas, tocotrienoles,
entre muchos otros. Y hace menos de una década se puso a punto una sustancia que se registró con el nombre comercial de “Olivir” que no es otra cosa que un preparado a base del extracto de ciertos químicos derivados de las hojas de algunas especies de olivos (Olea europea L.) y que tiene importantes propiedades desintoxicantes y curativas como viricida y bactericida, además de mejorar la actividad inmune de los sujetos que lo consumen.Lo cierto es que a la vista de todo lo anterior nos debe quedar claro que el uso
continuado del aceite de oliva como suplemento natural a la dieta de nuestras
mascotas es esencial para procurar su
óptima salud y también podría ser adecuado, en casos puntuales, la suplementación con extracto de hojas de olivo (Oleuropeina) en cantidades adecuadas a la talla del animal a tratar y a las necesidades específicas de cada caso.
Es importante tener en cuenta, sin embargo, que debido al
alto poder limpiador de este producto, en ocasiones y en individuos altamente
“tóxicos” (especialmente aquellos que arrastran cualquier dolencia crónica), se produce una reacción inicial que se conoce con el nombre de “Efecto-Die off” y que produce una serie de reacciones (fatiga extrema, diarrea, malestar,
dolores musculares y de las articulaciones y otros síntomas similares a los de un enfriamiento) que se prolongan incluso durante
varios días y que están íntimamente relacionados con el proceso de desintoxicación que se produce a nivel de todo el organismo. Estos efectos colaterales
desaparecen a medida que el organismo se va limpiando, pero puede ser
aconsejable disminuir la dosis recomendada a la mitad durante unos días o, incluso interrumpirla y recomenzar de nuevo una semana mas tarde, con una
dosis mínima que se irá incrementando paulatinamente a lo largo de varios días hasta alcanzar la dosis total recomendada en función del peso, edad y dolencia del animal a tratar.
(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni
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