Cargando Busqueda de la Web
|
Aún cuando pueda parecer una perogrullada,
lo cierto es que la convivencia entre Cuando hablamos de niños y perros juntos, se nos viene inmediatamente a la mente la imagen idílica, romática, de los dos abrazados mientras duermen, tirados en el suelo divirtiéndose al unísono con el Scalectrix, jugueteando quizás con una pelota en el jardín, el uno haciendo los deberes y el otro tumbado a sus pies roncando relajadamente ó mirándole con ternura, o compartiendo ambos cómodos cojines en un sofá mientras ven la tele. Y efectivamente, ello puede ser así siempre y cuando los adultos encargados de la educación del niño y del perro, hayan sabido hacer bien sus deberes, usen todo el sentido común y antepongan a todo lo demás, la seguridad como primera norma básica de convivencia. Se nos viene, también, a la mente, el recuerdo infantil de los héroes caninos por excelencia, Rin Tín Tín y Lassie, aparentemente capaces de “pensar” y de “actuar” con la misma diligencia y sabiduría que cualquier ser humano que se precie… tenemos muchos “flashes” metidos en la cabeza, sobre cómo uno u otro resolvían situaciones aparentemente imposibles, ayudaban a personas mayores y a niños de corta edad, se anticipaban a los problemas y, aún cuando, en verdad, esos héroes de la pantalla no eran más que el reflejo de un excelente adiestramiento y de un buen montaje, una buena realización, una buena dirección y un buen guión televisivos, lo cierto es que la mayoría de los perros, cuando son perfectamente educados y están excelentemente socializados son capaces de actuar casi con la misma precisión que aquél Pastor Alemán y aquella Collie que nuestra memoria colectiva atesora todavía hoy, tanto tiempo después de que desaparecieran de la parrilla televisiva. Pero… ¿qué pasa cuando, sin aparente justificación, se rompe la magia y el niño acaba siendo mordido por el perro de sus amores? Ocurre entonces que la confianza se deteriora, en el mejor de los casos y, en el peor, que el perro acaba regalado o sacrificado, tachado de imposible o ¡tantas veces! de “peligroso” y que el niño sufre un trauma que arrastrará toda la vida y que le impedirá volver a mantener una relación óptima con cualquier otro representante de la especie canina. Lo que poca gente se pregunta, ante un hecho como este, es ¿por qué pasó? ¿Por qué el perro mordió al niño? ¿Por qué, sin razón obvia, se abalanzó sobre él y le hirió las manos, los brazos, el cuello, la barriga o la cara? ¿Por qué? Pues bien, la respuesta, en un altísimo porcentaje de los casos, de hecho en la gran mayoría de ellos, es siempre la misma… porque el niño, sin darse cuenta, transgredió ciertas “normas caninas”. Y, sin quererlo, hizo detonar en el animal un mecanismo puramente atávico de defensa, un comportamiento plenamente instintivo de posesión y de presa, y que tiene su explicación más lógica y más natural en el hecho de que el perro es un animal irracional (por mucho que nos empeñemos en antropomorfizarlo), que se mueve en base a su instinto innato de supervivencia y poco más. No olvidemos que, a la postre, cualquier perro y digo bien, cualquiera, es susceptible, llegado el caso, de morder a una persona, en determinadas circunstancias. Incluso el más equilibrado, el más educado, el más socializado, el más “perfecto”. Y, por si esto fuera poco, hemos de tener también siempre presente que el perro, cualquier perro, puede en un momento dado tener una reacción imprevisible (imprevisible, digo, bajo nuestros estándares, aunque quizás no lo sea tanto si se conoce algo de la etología canina), independientemente de cuán obediente, tranquilo, amistoso, cariñoso y fiel, haya sido hasta ese preciso instante. Al fin y al cabo casi ningún ataque de un perro hacia una persona, sea niño o adulto, por injustificable que parezca, ocurre sin que previamente haya una provocación… provocación que quizás sólo exista en la mente del propio agresor, del perro, pero provocación, pura y dura. Y es que un perro, mal que nos pese, no deja de ser un lobo disfrazado. Ya lo he dicho en alguno de mis libros; cuando metemos un perro en casa, metemos un lobo en el salón. Lobo domesticado, cierto, pero lobo, de todas, todas. Su perspectiva de las cosas es distinta. La mayoría de sus actos se basan, lo sabemos, en su instinto. Y es ese instinto el que marcará sus reacciones, buenas y malas. Pero especialmente las malas. Malas, bajo nuestro punto de vista, pero quizás no bajo el suyo propio. Ojo al parche. Las estadísticas nos arrojan unos datos muy concisos al respecto; las agresiones de perros a niños suelen ocurrir en el ámbito doméstico, es decir, dentro de la propia familia, con el perro de casa. Y suelen ser protagonizadas por animales de tamaño pequeño o mediano, fundamentalmente machos, y por niños de menos de cinco años, mayoritariamente de sexo masculino. Cierto es que el temperamento, el carácter de un perro es un rasgo que se hereda, pero que es fácilmente modificable, para bien o para mal, a raíz de las experiencias vividas y de la educación y entrenamiento recibidos. Y, sobretodo y de manera muy especial (¡no me cansaré de repetirlo!), a raíz del imprinting y de la socialización que el jovencísimo cachorro reciba durante las primeras diez-doce semanas, incluso cinco y seis meses, de vida. Así de simple. Así de claro. Hay, indudablemente cierta predisposición familiar (genética) a exhibir un carácter más o menos agresivo, y mientras que unas líneas de sangre son más amistosas, más tolerantes y más adaptables al medio, más fácilmente adiestrables y más susceptibles de ser correctamente educadas, otras no lo son tanto. El criador responsable se cuidará muy mucho –por la cuenta que le tiene y porque está en juego su prestigio y el de sus perros-- de incluir deliberadamente en su programa de cría ejemplares tarados, emocionalmente desequilibrados, afectados de timidez patológica o excesivamente agresivos, pero –desgraciadamente para todos--, son precisamente los otros, los pseudo-criadores, más interesados siempre en el lucro fácil, los que abundan y los que hacen oídos vanos a cualquier recomendación en este sentido. Y estos últimos, no parecen excesivamente preocupados por evitar en la medida de lo posible, el criar con perros poco aptos. Lo que les preocupa es llegar a fin de mes y procurarse un modus vivendi a costa de lo que sea, con tal de que su bolsillo no se vea afectado. Eso, por un lado. Pero por otro lado tenemos que muchas veces, ¡ay, cuántas!, el problema no radica en la herencia, ni siquiera en el comportamiento del can, sino en la forma en que es (o más bien no es) educado y peor aún, en el modo en que el niño de la casa se relaciona con el animal. Con estos datos en la mano ya tenemos materia para los siguientes capítulos. Mucha materia. Y bien merece la pena que dediquemos tiempo a estas consideraciones porque quizás, aprendiendo algo más sobre el comportamiento canino en general y sobre nuestra propia forma de convivir adecuadamente con los perros, será mucho más fácil evitar que afloren los problemas y que, excepcionalmente, esos problemas se transformen en agresiones de más o menos importancia que bien hubieran podido evitarse. NORMAS DE OBLIGADO CUMPLIMIENTO A la hora de pensar en la adquisición de un perro, es esencial:
LAS ESTADÍSTICAS CANTAN
(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito) |