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Las razas caninas modernas, pertenecen todas a la familia Canidae, en la que se incluyen igualmente sus “primos salvajes” los lobos, los zorros, los chacales y los coyotes. Y esto, que en principio pudiera parecernos banal e intrascendente, tiene sin embargo mucha importancia para comprender mejor cómo funciona el perro... porque, no lo olvidemos, entre el perro y el lobo existe mucho, muchísimo en común. Mucho más de lo que a simple vista pudiéramos suponer, si comparamos por ejemplo a un Irish Wolfhound, un Bullmastiff, un Setter Irlandés, un Caniche, un Lhasa Apso o un Yorkshire Terrier con un Lobo ibérico... También existen diferencias notorias, claro está, y entre todas ellas destacan las que se derivan de la talla, del peso o la dentición y la mordida, por ejemplo, sin olvidar esas otras que tienen que ver con la madurez sexual, los ciclos estrales, el tamaño de las camadas e incluso la selección de la pareja. Todo esto es importante tenerlo en cuenta si queremos comprender mejor ciertas actitudes e incluso ciertas necesidades de nuestros amigos peludos, a los que verdaderamente tenemos que considerar como lobos auténticos aunque disfrazados con piel de... perro. Y más importante es aún, si cabe --para entender todo lo que tiene que ver con su nutrición, que es el objeto de este libro--, entender que aún cuando es cierto que desde hace unos cien mil años los perros están unidos a nosotros con un vínculo muy especial que es el del trabajo y la camaradería y ello les ha hecho evolucionar lo suficiente como para tornarse domésticos y dejar atrás algunos de sus instintos más atávicos, este plazo de tiempo no ha sido ni mucho menos suficiente para que se hayan producido cambios internos capaces de hacer variar su comportamiento en lo que a la digestión y asimilación de los alimentos se refiere.
Aunque luego hablaremos de todo ello con más detalle, conviene que quede claro desde este preciso momento que existe una gran diferencia entre lo que es alimentarse y nutrirse; lo primero es comer para subsistir y lo segundo, comer para estar bien, aprovechando al máximo todo lo que cada alimento aporta al organismo. En estado salvaje, los parientes más cercanos del perro doméstico, que continúan siendo básicamente carnívoros, mantienen una dieta que es mucho más variada de lo que a simple vista cabría suponer. Cierto es que la base de su alimentación es la carne, pero si la situación lo requiere, chacales, coyotes, lobos y zorros se alimentan igualmente de pescado, de verduras, de frutas y bayas. Se trata de un comportamiento que podría tildarse de oportunista, pero que se explica en razón de las necesidades de cada momento. Podría pues decirse que ocasionalmente los cánidos salvajes pueden convertirse en animales omnívoros.
Omnívoros han sido también tradicionalmente los perros, pues hasta hace bien poco era común que se les alimentara con casi cualquier cosa, con los restos de comida que sobraba en nuestras mesas, por ejemplo; otros eran alimentados con el pescado que no podía venderse en las lonjas; otros aún con los cadáveres de los rebaños y otros, incluso, con poco más que un cacho de pan duro y leche, a falta de algo mejor. Dejados a su libre albedrío, muchos de estos perros vagabundeaban y continuaban cazando presas menores (conejos, ratones y otros roedores, pequeña aves e incluso pescado de agua dulce o salada) con las que complementar su dieta, o incluso en algunos casos ingerían frutos del bosque, fruta madura, hierba, etc. Pero llegó el momento de la modernidad --¿o acaso de la máxima comodidad?-- y, en pocos años, se pasó de permitir al perro comer casi de todo, a ofrecerle un menú mucho menos variado; el que procede de un saco o una lata que se compra en un hipermercado, en una tienda de barrio o en una clínica veterinaria. Y aún cuando es cierto que algunos de estos piensos comerciales parecen estar perfectamente formulados para atender todas las necesidades de nuestros peludos, otros muchos no lo están. Volvamos ahora otra vez al lobo salvaje y consideremos por un momento su dieta y el uso que hace de ella. Porque aunque a priori nos pueda parecer extraño, del análisis que hagamos de su comportamiento en relación con su alimentación, vamos a sacar una serie de conclusiones que nos habrán de servir para entender mejor cuáles son las verdaderas necesidades de nuestros propios compañeros de cuatro patas. Lo primero que constatamos con apenas mirar un documental televisivo, por ejemplo, es que los lobos no necesariamente comen todos los días; que la caza no siempre se les da del todo bien y que, ¡tantas veces!, pasan verdadero hambre... es entonces cuando emplean para sobrevivir, las reservas de grasa han acumulado en tiempos mejores. Luego, cuando cazan, su instinto les hace comer primero las vísceras y el contenido del estómago de su presa –casi siempre herbívoros-, con lo que de forma natural ingieren, sin que sean conscientes de ello, la hierba ya parcialmente digerida (y por lo tanto fácilmente digestible) que les aporta un alto contenido en ciertos nutrientes que de otra forma no serían capaces de sintetizar directamente, las vitaminas y algunos minerales. Una vez saciado el hambre inicial, es probable que guarden el resto de la presa para mejor momento, cuando estén más tranquilos. Será entonces cuando aprovechen para dar cuenta de la carne, músculos, nervios y tendones –o lo que es lo mismo, la proteína animal, y la grasa- y ya al final de ese largo proceso, llegará el momento en que no les quede más que unos cuántos huesos que roer, de los que aprovecharán su alto contenido en minerales. Pero hay todavía otros detalles interesantes a los que hemos de prestar atención; por una parte está el hecho de que los lobeznos se alimentan exclusivamente de leche materna durante todo el tiempo que dura la lactancia y que luego, durante unas cuántas semanas más, la madre regurgitará parte del alimento que ella misma habrá ingerido durante sus incursiones de caza. Un alimento que les llega así previamente semi-digerido y que se combina con todavía alguna ingesta esporádica de leche materna, cada vez más escasa. Este es el periodo llamado de destete. Cuando el destete termina, los cachorros ya no volverán a ingerir leche materna, ni tampoco de ningún otro tipo, durante el resto de su vida, salvo –claro—que se la ofrezca el dueño. Lo mismo ocurre con el resto de mamíferos, si exceptuamos el Hombre, el único animal que continúa alimentándose de leche durante toda su vida, y no de la materna, sino de la producida por otros mamíferos. Les llega entonces el momento de empezar a alimentarse de las presas que sus madres les traen aunque, como ya hemos visto, el suministro no será todo lo regular que cabría desear, sino que a veces la espera se hace larga y desesperante. Finalmente cuando alcanzan la edad suficiente para codearse con el resto de los miembros de la manada, sin riesgo, empezarán a tener que someterse a la férrea disciplina que impone la sofisticada estructura social de la manada a la que pertenecen, en la que está meridianamente claro que los primeros en alimentarse son los machos dominantes, luego las hembras dominantes, después los jóvenes, los cachorros, los viejos y finalmente los animales más sumisos del grupo, a los que casi se considera parias sociales. ¿Y qué significa esto? Pues sencillamente que los lobeznos, fuera ya de la protección y el cuidado materno, no ocupan precisamente los lugares más privilegiados de la pirámide social y por lo tanto, no van tampoco a beneficiarse de los mejores bocados, que se le reservan a los jefes del grupo. O dicho de otra manera, que a veces les tocará pasar hambre y que lo que coman no siempre será “boccato di cardinale”. Esto explica que los jóvenes lobeznos no sean animalitos regordetes y rechonchos, torpes y lentos de movimiento, que arrastran kilos de más que su estructura corporal no está preparada para soportar, sino más bien canes delgaduchos, ágiles y bastante atléticos, muy livianos de peso. Y aún explica otra cosa más... que porque son como son, no padecen ninguna de las taras que hoy en día afectan cada vez con más incidencia a nuestros perros domésticos, como por ejemplo la obesidad, ni tampoco los tan traídos y llevados problemas de displasias articulares (codo y cadera) o la diabetes mellitus, por citar solo tres de las mayores preocupaciones del propietario y del veterinario modernos. Si somos capaces de entender este comportamiento y las ventajas, sí ventajas, que se derivan del mismo, y las aplicamos a nuestros propios peludos, quizás podamos comenzar a vislumbrar un futuro más propicio para nuestras mascotas, en el que esos y otros problemas que se han hecho habituales sobretodo de unos años para acá, empiecen a remitir.
(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito) |