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Fenix de Castro-Castalia
El estereotipo occidental del perro moderno es que se trata de un compañero leal y fiel con el que hemos escogido compartir nuestras vidas, hasta el punto de que las mas de las veces vive bajo nuestro mismo techo, duerme incluso en nuestras mismas camas y es aceptado como un miembro mas de la familia. En la actualidad en las sociedades mas avanzadas, el perro es un amigo, un compañero, al que se cuida, se atiende, se acaricia y se mima, como a cualquier otro miembro de la familia (e incluso a veces mucho mas), procurando ofrecerle una vida confortable, rodeado de todo aquello que la haga mas agradable como una alimentación, un cuidado veterinario, unas condiciones de aseo e higiene y un programa de ejercicios y paseos al aire libre, etc. adecuados, que le asegurasen una excelente calidad de vida. Y es que después de tantos años de historia en común, durante los cuales el perro sirvió de manera incluso trascendental a nuestra propia evolución --compartiendo una serie de tareas con el ser humano a lo largo de varios milenios (pastoreo, guarda, guerra, etc.)--, ha acabado por convertirse finalmente en un aliado muy especial que ya no necesita tener una función específica (ni económicamente útil) que justifique su presencia a nuestro lado. A cambio, hoy sabemos y ha quedado suficientemente documentado en varios estudios recientes sobre la materia, que el perro contribuye de manera muy substancial a mejorar nuestra propia calidad de vida y estado general de salud. Todos los años en España y en el mundo se abandonan varios millones de perros (aquí se estima que este año las cifras pueden superar los 125,000 abandonos sobre un total aproximado de cuatro millones de perros domésticos, repartidos entre cuarenta millones de habitantes y en Estados Unidos, por ejemplo, oscilan entre los cinco y los ocho millones de abandonos al año sobre una población de mas de cincuenta y cinco millones de canes que conviven con algo mas de doscientos veinte millones de personas). Y no solo esto sino que además existen estadísticas espeluznantes que colocan a los perros como las principales víctimas de malos tratos, abusos y negligencias por parte del ser humano. Hay aun otras consideraciones importantes que no podemos dejar de tener en cuenta. A fuerza de haber seleccionado las razas según nuestros particulares cánones de belleza canina --demasiadas veces apartados de la autentica funcionalidad de la especie--, a muchos de ellos les hemos impuesto el padecer de por vida importantes enfermedades crónicas, especialmente referidas al sistema musculo esquelético o cardiorrespiratorio, con la multiplicación de infinidad de características morfológicas que les resultan sumamente dañinas. La moda y la estética han hecho que se varíe substancialmente también la capacidad de que los perros se expresen y comuniquen entre sí mediante la mímica facial y el lenguaje corporal, por cuanto se les mutilan orejas y rabos por razones puramente estéticas o se varía su natural inserción, por ejemplo, y también porque se les altera la morfología craneal y la talla, cuando no la calidad, consistencia y longitud del manto. Por otra parte también les hemos obligado a vivir una vida muy distinta a la de sus congéneres salvajes, confinándolos en pequeños jardines y mas aun en pisos diminutos y, por si todo esto fuera poco, hemos pretendido y continuamos pretendiendo borrar de su comportamiento una serie de patrones que nos desagradan especialmente y que sin embargo son inherentes a su especie (ladrar, morder, marcar con orina, olfatear los genitales, copular en espacios abiertos y con entera libertad, etc.). Todo ello ha supuesto condenar al perro, a nuestro amigo, a vivir una vida a nuestra semejanza, muy distinta de aquella para la que fue naturalmente concebido; una vida en la que le negamos la capacidad de ser él mismo y la libertad de expresarse según le dicta su propio instinto. Aun así, aun a pesar de todos nuestros esfuerzos por modificar hasta la saciedad su comportamiento y su propia razón de ser, de vez en cuando el perro actúa como lo que es y según sus instintos mas primitivos y es entonces cuando --injustamente-- se le acusa de no ser nuestro mejor amigo, sino nuestro peor enemigo. Es entonces también cuando se le tilda de agresivo y peligroso. No hace tantos años, en 1989, un periódico británico comenzaba así el relato de una noticia referida a la agresión de dos perros Rottweiler a una persona: "Solían ser nuestros mejores amigos. Ahora los perros, tradicionalmente queridos por los británicos, se han convertido en una pesadilla nacional". Ese hecho aislado, que tuvo como resultado la muerte de la víctima de este ataque, desató la histeria colectiva en toda la nación no tanto por lo que significaba en sí misma, sino porque fue convenientemente aireada por los medios de comunicación, ávidos siempre de noticias que incrementaran las ventas y aderezada con tintes todavía más dramáticos si cabe y, luego, exacerbada con nuevas historias sobre otros ataques de perros --tanto si ocurrían dentro como si tenían lugar fuera de las propias fronteras-- de esa misma raza que, sin embargo, nunca llegaron a tener tan serias consecuencias. Pocas semanas después se produjo un fenómeno insólito entre la sociedad británica, donde la convivencia y aceptación de los perros como parte de la familia tenía un arraigo histórico único; de la noche a la mañana --gracias, siempre, a los grandes titulares de la prensa que identificaba sistemáticamente a esta raza canina con el diablo, o les calificaba de "terroristas caninos", "fieras asesinas", etc.-- el miedo hacia los perros Rottweiler se convirtió en el mayor de los temores de la población, por encima incluso de otras preocupaciones como la inseguridad ciudadana, el desempleo o el racismo. Tanto así que se elevó a los altares del heroísmo a un oficial de policía después de que estrangulara a un cachorro de esta raza que supuestamente había atacado y matado un par... de conejos. La situación de fobia y terror creada no se correspondía --ni se corresponde aún hoy-- con el verdadero riesgo potencial que los perros, representan para la población, en una Sociedad donde hay ocho millones largos de ejemplares distribuidos entre cincuenta millones de personas y donde las situaciones en las que los ataques a seres humanos con resultado de muerte se reducen a uno al año! Aún así el precio de esos ejemplares, entonces identificados como auténticos demonios asesinos, bajó estrepitosamente; las ventas cayeron en picado; los veterinarios comenzaron a recibir incesantes demandas por parte de los afligidos dueños para sacrificar a sus perros bien porque les cogieron miedo o sencillamente porque no aguantaban la presión popular (insultos, amenazas, demonización y criminalización) a la que se les sometía en la calle; los centros de recogida se vieron desbordados y los abandonos se multiplicaron por cien! Algunos políticos de la oposición encontraron en esta situación una excusa para vapulear al Gobierno y comenzaron a exigir que se promulgara una ley que prohibiera la tenencia de "esos monstruos", argumentando que "cualquier persona que quiera convivir con bestias salvajes, debería ser criminalmente responsable de sus actos". Pero en esa ocasión no prosperó la sugerencia y poco a poco se calmaron los ánimos. Sin embargo un par de años después, ya en 1991, dos "Pitt Bull" (1) protagonizaron dos nuevos ataques a personas (aparentemente sin que hubiera ningún tipo de provocación que los justificara, aunque eso está todavía por ver) y, otra vez, se dispararon las alarmas y se organizó tal batiburrillo que el Gobierno se vio finalmente forzado a tomar acciones y a legislar. Y claro, como casi siempre ocurre cuando las cosas se hacen deprisa (y mal), la ley que resultó de esta iniciativa, denominada Dangerous Dogs Act 1991 (D.D.A. '91), fue redactada sin contar realmente con la suficiente información por parte de verdaderas las autoridades en la materia (etólogos y especialistas en comportamiento animal, psicólogos, criadores, adiestradores, clubes de raza, sociedades caninas, etc.), que no fueron consultadas y cuando lo fueron, sus opiniones y sugerencias no se tuvieron en consideración. La ley resultó ser un verdadero fiasco. Se prohibió la cría, venta e intercambio de "todos los perros criados para peleas", que, en la practica, se refería a los perros tipo "Pitt Bull", a Dogos Argentinos y Filas Brasileiros (aún cuando en aquél momento no había un solo ejemplar de estas dos razas en el país) y a un cachorro de Tosa Japonés recientemente importado; los propietarios de estos animales fueron dados a elegir entre sacrificarlos o esterilizarlos (en ambos casos a sus expensas) y en el caso de que eligieran esta segunda opción, obligados a inscribirlos en un censo especial (y discriminatorio), previo tatuaje identificativo y a llevarlos siempre atados y abozalados en público. Sin embargo y curiosamente, los Rottweilers no fueron incluidos en esta Ley, quizás porque se utilizaban extensamente en labores policiales, no solo por parte de varias empresas privadas sino incluso por los propios servicios de seguridad pública. Se otorgó a los policías la capacidad de "emplear la fuerza de forma razonable" para entrar en cualquier instalación o domicilio sospechoso de albergar perros de este tipo que no estuvieran identificados, inscritos en el censo o esterilizados y a los jueces se les atribuyó la capacidad legal de ordenar el inmediato sacrificio de "cualquier perro" perteneciente a aquella persona que no cumpliera con la normativa legal establecida, independientemente de que se tratara de un animal dócil y que jamás hubiera dado pruebas de agresividad alguna y no de otro manifiestamente peligroso. Todo ello propició una auténtica caza de brujas que llevó incluso a varios animales a ser sacrificados simplemente porque "se parecían" a los "Pitt Bulls", aunque por sus venas no corriera una sola gota de sangre de nada parecido a un "Pitt" (2). Todo esto guarda un enorme paralelismo con la situación creada en España a raíz de dos incidentes --no suficientemente explicados-- ocurridos a lo largo de 1999, en los que dos niños de corta edad murieron como consecuencia de las heridas inferidas por un Dogo Argentino (Mallorca, enero 99) y un Rottweiler (Valencia, julio 99). Y conviene que analicemos todo este tema en profundidad, para no sacar conclusiones precipitadas ni erróneas. Y mas aun para no caer en los mismos errores en los que han incurrido antes que nosotros no solo los británicos sino, mas cerca en el tiempo, los franceses que, a raíz de acontecimientos similares promulgaron una ley que entró en vigor en enero y que apenas unos meses después --el 27 de abril-- hubo de ser profundamente modificada, para incluir una completa descripción de las tipologías raciales (3) a las que afecta la ley. (Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito). |