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Troylo, Strike y Gomez de Castro-Castalia "EL amor de un perro es el unico que se puede comprar con dinero" Nada hay más frustrante ni más inquietante que un perro desobediente. Aparte de lo incómodo que resulta impartir ordenes que no acata, los peligros que se derivan de una situación como esta son muchos y muy variados y, por tanto, se hace imprescindible ser capaces de controlar la situación y evitar los riesgos que supone el perro malcriado. La regla básica para tener un perro educado pasa siempre por enseñarle todo lo posible, incluso aquellas cosas que no parecen necesarias a priori, pero que quizás un día sean imprescindible. Eso es lo ideal, pero… con la mano en el corazón, ¿cuántos de nosotros educamos suficientemente a nuestro amigo peludo? Pues, en verdad, muy pocos. Luego vienen los problemas; perros ladradores, destructivos, nerviosos, saltarines, ladrones, escapistas, peleones, chulos, excesivamente dominantes; desobedientes en suma y difícilmente controlables, teniendo por tales a todos aquellos que una vez cumplidos los seis a nueve meses de edad continúen comportándose como cachorrotes malcriados y caprichosos, incapaces de acatar una orden de su amo, por simple que esta resulte. Cuando se trata de un perro de una raza de pequeño o mediano tamaño, la cosa parece poco importante pero… ¿qué ocurre cuando hablamos de un bicharraco de cuarenta, cincuenta, ochenta o noventa kilos que planta sus patas sobre nuestros hombros y nos chupa la cara, empujándonos contra la pared e inmovilizándonos mientras nos saluda “cordialmente”? ¿O cuando, en el parque, el perro sale corriendo detrás de un gato y no vuelve hasta dos horas y media después, mientras el dueño desespera bajo una copiosa tormenta? Y, ¿qué decir de esos otros que no atienden a razones y mordisquean todos los muebles, las cortinas y alfombras, los zapatos y cualquier otra cosa que se les ponga por delante? Todo ello sin olvidar, claro, a los que van por la acera buscando pelea, en plan chulito, y no paran hasta que se encuentran de con otro más grande y más poderoso al que plantar cara… Todas estas son situaciones habituales pero que no por serlo deben ser aceptadas como adecuadas y normales, porque realmente no lo son. Lo ideal es que el perro pueda estar siempre bajo control, acate siempre las órdenes dadas y no resulte un incordio ni para el propietario ni para el resto de la gente. Y menos aún, un peligro. Lo más sorprendente y también lo más desesperante es que en una gran mayoría de ocasiones, estos comportamientos “indeseables” no son necesariamente el fruto del carácter o la personalidad del perro, ni tampoco consecuencia de que se trate de animales dominantes en exceso, si bien en ocasiones estas puedan ser las causas, sino que con frecuencia son el resultado de pautas aprendidas debidos al refuerzo que se ha hecho de ciertas actitudes, sin que el propietario haya sido consciente de ello. Y en estos casos, no bastará con tratar de educar al perro ni corregir su comportamiento, sino que será imprescindible además corregir ciertos ademanes y ciertas actitudes de los propios dueños que, no siendo conscientes de ello, emiten mensajes equívocos que confunden al animal y le incitan a continuar actuando justamente de la forma que uno no quiere que lo haga. Buen ejemplo de ello por ejemplo es la situación en la que el perro que estando en el jardín de la casa, quiere entrar a ésta y se pasa un buen rato ladrando en la puerta. El propietario le ignora durante un tiempo, pero luego abochornado por las molestias que pueda causar en el vecindario y harto ya de escucharle, acaba abriéndole y dejándole entrar. Una vez dentro, el perro calla y se instala cómodamente en su cama o en el mullido sofá del salón y tutti contenti, ¿no? Pues… craso error, porque si bien lo que el propietario ha pretendido es acabar con los ladridos del animal franqueándole la entrada, lo que ha conseguido es algo bien distinto; que el perro aprenda que si ladra a la puerta alto y fuerte durante un buen rato, consigue su propósito primero que es estar dentro y no fuera. Y por lo tanto, la siguiente vez ladrará si cabe más alto y más fuerte… y, también, si es necesario, más tiempo, todo el que haga falta. Algo parecido a lo que ocurre cuando al perro se le ordena que se siente y no lo hace, y la orden se repite una y otra vez, una y otra vez y finalmente se desiste, permitiendo que el perro campe a sus anchas por la habitación. ¿Qué mensaje recibe el perro? Pues algo tan simple como que “sitz” no significa nada y que a cambio de que el dueño lo diga tres o cuatro veces, éste puede irse a dónde mejor le plaza y aquí paz y después gloria. Dicho esto, ahora ya sabemos lo que no hay que hacer… pero queda la segunda parte. ¿Qué es lo que sí se debe y se puede hacer para corregir comportamientos indeseables? En unos casos bastará con corregir la forma en la que el dueño se relaciona con el perro, pero otras veces será imprescindible reeducar al animal. Partir de cero. Volver a empezar. Unas veces la reeducación podrá hacerla uno mismo, a base de pequeños trucos e incluso contando con artículos pensados para estos menesteres; pero otras será necesario contar con ayuda externa, de expertos educadores caninos que puedan orientar al dueño y corregir al animal. Lo importante, siempre, es admitir que el problema existe y buscar soluciones, pues sólo de esta manera volverá a reinar la armonía. El perro desobediente y ese otro excesivamente dominante, pues ambos comportamientos suelen ir parejos, pueden identificarse ya desde muy corta edad como aquellos que constantemente mordisquean las manos del que les toca, resistiéndose a todo lo que implique la limitación de espacios, de actividades y de actitudes, por nimias que sean estas por parte del dueño. Esperar pues a entrenar a un cachorro, a que tenga los seis u ocho meses, no va a resultar beneficioso ni para él, ni para el propietario y en evitación de males mayores, la educación tiene que empezar tan pronto como a los dos meses y medio. La regla de oro para tener un perro obediente, consiste en enseñarle todo aquello que el propietario quiera que sepa, mucho antes de que llegue el momento de pedirle que lo haga. Esto se traduce en una educación sistemática y temprana, corrigiendo mediante el juego y las instrucciones simples, comportamientos que ya están presentes en el cachorro de corta edad. Los cachorros son como tablas rasas, capaces de aprenderlo casi todo. Por ello es tan importante empezar a edad temprana a enseñarles y hacerlo conociendo el carácter de cada individuo, tanto como el lenguaje corporal, para identificar la forma de inculcarle todo aquello que se quiera que aprendan y hacerlo de manera lo menos traumática y lo más eficaz posible. Hoy en día hay en el mercado suficiente y muy útil literatura al respecto. Pero también se puede optar por llevar al jovencito y al no tan jovencito a las “Escuelas de Cachorros”, dónde aprenden a partir del juego, dónde se relacionan con otros congéneres y dónde hay expertos que saben cómo sacar lo mejor de cada individuo y orientan al propietario de forma eficaz. Decálogo de Principios Eficaces para el Aprendizaje
(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito) |