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El Ayurveda lo expresa claramente: “la comida es salud; la salud es comida” y es que el alimento es la auténtica fuente de vida. Existen razones sobradas para saber que la mayoría de los alimentos cuantos son cocinados pierden gran parte de su valor bionutritivo; al fin y al cabo, calentarlos y cocinarlos implica que se alteren de manera importante –y a veces incluso nociva- sus estructuras moleculares, lo que genera una mayor dificultad para su digestión; además está constatado que en el proceso de calentado y cocinado, se destruyen gran parte de las enzimas, los ácidos grasos esenciales, las vitaminas y los minerales que están presentes en los alimentos en crudo. Y por si fuera poco, también se ha demostrado que cuando se elabora la carne a altas temperaturas, se forman ciertos componentes que pueden ser cancerígenos y que acaban por interferir con la propia estructura genética del que ingiere el alimento alterado. Quienes abogan por la alimentación en crudo, sugieren que esta tiene muchas ventajas por cuanto proporciona una mayor resistencia ante las enfermedades, ante las alergias, ante los parásitos internos y externos, todo lo cual nos habla implícitamente de una mejor respuesta del sistema inmune frente a tales agresiones; pero además añaden que los productos crudos se digieren más fácil y rápidamente y se aprovechan mejor, y para colmo, dictaminan que al ingerirlos así se propicia una mejor higiene bucal y se logra una mayor flexibilidad e hidratación de la piel – piel, que dicho sea de paso, es también un importante aliado del sistema inmune por cuanto constituye la primera y más extensa barrera frente a toda una serie de agentes agresivos externos!. En la primera mitad del siglo XX, durante la década comprendida entre 1932 y 1942, un doctor en Medicina, Francis M. Pottenger Jr., llevó a cabo un estudio que aún ahora, setenta y pico años después continúa siendo el único de sus características. Con ese estudio el Dr. Pottenger pretendía investigar el comportamiento de las glándulas suprarrenales y para ello tomó un total de novecientos gatos que dividió en dos grupos distintos; al primero de los grupos en cuestión lo alimentó exclusivamente con comida cruda, al estilo de cómo se alimentan todavía hoy los felinos salvajes y al segundo, le suministró comida preparada tanto casera como industrial. Quería demostrar que los animales salvajes en cautividad y la gran mayoría de los animales domésticos (no sólo perros y gatos) fallecían mucho antes que los congéneres que se desenvolvían en total libertad, y buscar en el comportamiento de las glándulas suprarrenales las causas para este mayor y más temprano índice de mortandad. Y se encontró con toda otra serie de respuestas, que no buscaba a priori, pero que nos deben servir para la reflexión, por cuanto llegó a la conclusión de que los gatos alimentados de forma más cercana a la natural (con carne fresca y leche sin pasteurizar), eran animales mucho más sanos, más longevos, que se reproducían mejor y en más cantidad, cuyos cachorros eran más vigorosos en el momento de nacer y se desarrollaban con mayor facilidad y que todos ellos, cachorros, jóvenes, adultos y viejos, mostraban muchas más ganas de vivir, eran más ágiles, más despiertos. Por el contrario, aquellos otros a los que alimentó con leche pasteurizada, aceite de hígado de bacalao, restos de carne y otras comidas que sobraban del comedor del personal hospitalario y vísceras, todo ello previamente cocinado y también con los piensos que a la sazón empezaban a comercializarse en los Estados Unidos con gran éxito, eran animales enfermizos, que padecían toda clase de problemas, que tenían serios trastornos del comportamiento, que padecían afecciones de piel, desarreglos hormonales, hepáticos, renales, cardíacos, respiratorios, alergias, cáncer y artritis y que además se reproducían con escaso éxito, en ocasiones produciendo incluso cachorros deformes... hasta que al final, tras unas pocas generaciones, hasta eran incapaces de reproducirse siquiera. Habiendo comprobado esto, Francis Pottenger Jr. optó por cambiar la dieta a los gatos de primera y segunda generación que habían estado recibiendo la alimentación no-natural, y llegó a una conclusión muy interesante: se precisaban hasta cuatro generaciones para restaurar los niveles de salud, vigor y bienestar idénticos a los de esos otros animales que desde el primer momento habían sido correctamente alimentados. Pero que era posible producir una mejora sustancial, tanto física y mental, en ellos. Fue incluso más allá en su experimento y pudo demostrar fehacientemente que una gata que fuera sometida durante dos a tres meses a una dieta “cocinada” o “industrial” acababa por padecer serias dificultades para reproducirse e incluso podía llegar a convertirse en estéril, mientras que cualquiera de los hijos que paridos en estas circunstancias fuera alimentado con la dieta “natural”, no mostraba ninguno de los trastornos observados en la madre, a medio, corto y ni siquiera largo plazo. El rigor de este interesantísimo estudio fue posteriormente avalado –ante las protestas y las dudas suscitadas por algunos colegas que eran muy críticos con los resultados propuestos por el Dr. Pottenger-, por un patólogo experto de la Universidad de California del Sur, Dr. Foord, quien además trabajaba en el Huntington Memorial Hospital, que aún hoy continúa siendo uno de los hospitales de referencia más importantes del país. Teniendo en cuenta todo lo anterior, hemos de suponer que tales resultados son perfectamente extrapolables a la salud de nuestros peludos de cuatro patas y por lo tanto hemos de reflexionar sobre ello. Cuando un perro está letárgico, presenta cuadros de diarrea ocasionales, problemas de piel de ida y vuelta, algunas alteraciones de carácter y no encontramos ninguna explicación para nada de todo eso, es de suponer que su sistema inmune está debilitado, por cualquier causa y de entre todas las posibles, cuando no se encuentren otras de fuerza mayor como alguna enfermedad reciente, tenemos que considerar como probable una deficiencia importante en su dieta. Máxime porque una buena nutrición retardará y minimizará el inevitable deterioro físico y psíquico que se produce según se va envejeciendo y que como ya hemos visto por activa y por pasiva está directamente asociado con un declinar del metabolismo y del propio sistema inmune. Y es que, de la misma manera que cuando un perro desarrolla una mayor actividad física, necesita un aporte nutricional extra en forma de proteína y de carbohidratos, sobretodo, también, cuando vive momentos de estrés, está superando las consecuencias de una enfermedad o está afectada por esta, sea cual sea su índole, necesita de una alimentación que ayude a promover la correcta función del sistema inmune y multiplique sus defensas. Algunos expertos recomiendas para estos casos, el aporte suplementario puntual de ciertas vitaminas y de varios minerales, amén de una mayor calidad en lo que a proteínas de origen vegetal y natural se refiere. CLAVES NUTRITIVAS PARA FORTALECER EL SISTEMA INMUNE Proteínas
Ajo
Beta-carotenos
Vitamina E
Complejo de vitaminas B
Vitamina C
Minerales esenciales
¿Sabía usted que...? Muchos veterinarios y propietarios han podido recuperar a perros gravemente enfermos usando para ello megadosis de vitamina C como parte del tratamiento de elección.
(Texto original, escrito por Christina de Lima-Netto y/o Federico Baudin específicamente para esta página Web y protegido con Copyright. No puede ser reproducido ni total ni parcialmente por ningún medio, sin el expreso consentimiento de Castro-Castalia por escrito) |